Cómo se llega a donde se llega
Más o menos así pasó, la ausencia de rutinas, opositar como en un libro de Sara Mesa, poder permitirse el dejarlo todo, buscar «mansión julio iglesias» y todo eso que hace Xacobe Pato

Le preguntan a Tomás González en Zenda por alguna circunstancia de su infancia, adolescencia o juventud que le llevara a tomar la decisión de hacerse escritor:
«Me hice escritor casi sin darme cuenta. En mi casa éramos diez, contando a mis padres, y todos leíamos. En el comedor se hablaba de perros, de gatos, de vacas, de fincas y plantas, de universidades y colegios, de cine y, con bastante frecuencia, de libros. Recuerdo cuando a la familia entera la agarró la fiebre por Dostoievski. Durante algún tiempo el tema del requeteretorcido esquizoide de Raskolnikov, de Crimen y castigo, compartió la mesa con el de Genoveva, una plácida gata gris clara que había tenido por aquellos días nueve gaticos grises claros, perfectamente idénticos entre ellos. Los libros estaban siempre presentes. Cada uno de nosotros tenía su pequeña biblioteca personal y en la mía estaban Verne y Daniel Defoe entre otros. Además, un hermano de mi papá, Fernando, era escritor, lo cual quería decir que hacerse escritor era tan viable como hacerse médico o ingeniero.
Todo apuntaba, pues, hacia la escritura, y allá fui a dar. La decisión formal o explícita de dedicarme de lleno al oficio sólo vine a tomarla después de Primero estaba el mar. La edición artesanal, publicada por El Goce Pagano –discoteca bogotana de salsa en la que trabajé durante algún tiempo–, fue editada por su dueño, mi gran amigo Gustavo Bustamante, y tuvo mucho éxito entre amigos, conocidos y familiares, e incluso logró dos reseñas excelentes en la prensa. Me animé mucho. Descarté casi todo lo escrito antes de Primero estaba el mar. Lo único que de alguna forma existe, El viaje infinito de Carola Dixon, uno de los relatos de El rey del Honka-Monka, fue primero una novela breve que después acorté aún más y terminó en cuento largo. También había compuesto un libro de entes verticales a los que llamaba poemas, no recuerdo su título, así como un pequeño libro de cuentos que no quise tratar de publicar: Historias de gente en movimiento. Cuentos y entes verticales fueron a dar, sin mucho dolor, a la basura.
Hasta ese momento había sido sólo una afición, al fin de cuentas. Lo cierto es que, hasta los 33 años, cuando escribí Primero estaba el mar, no tuve ninguna idea firme de lo que iba a hacer en la vida. Trabajaba en una cosa y la otra, o no trabajaba. Había terminado bachillerato a los 18, lo cual quería decir que llevaba ya quince años escogiendo carrera. Y al final fue mi propio libro el que me llevó a tomar la decisión. Cuando murió mi papá yo estaba todavía en la universidad, estudiando Filosofía. Quién sabe lo que él habría dicho sobre el asunto, de haber estado aún con nosotros. Se habría quedado callado, probablemente, que era su respuesta de costumbre ante las situaciones complicadas. Y cuando le informé a mi mamá sobre mi decisión de dedicarme a escribir, me preguntó, siempre práctica, que de qué pensaba vivir. Ya había nacido Lucas, mi hijo, y yo vivía con Dora, que fue mi mujer durante más de cuarenta años. Dora de hecho me sostuvo durante los períodos de desempleo desde que mi mamá dejó de hacerlo hasta que nos fuimos para Estados Unidos. Todavía creía en mí, pero supongo que en aquel momento ya estábamos muy cerca del punto donde empezaría a cansarse. La respuesta sincera a la pregunta de mi mamá habría sido: “De Dora”. Le dije, en cambio, que ya me las arreglaría de alguna manera. En Estados Unidos trabajé en lo que apareciera, sin ya dejar nunca de escribir, y siempre con gusto. Empecé a publicar en las editoriales grandes. Después me hice traductor y de eso viví hasta hace muy poco. Más o menos así fue cómo pasó todo».
Xacobe Pato cuenta que en 2018 empezó a publicar sus diarios semanalmente en Instagram y a los dos años estaba hablando con Àngels Barceló de una novia que se inventó de pequeño. Se presenta así: «Nací en Ourense pero siempre me ha costado saber de dónde soy. He vivido en Ourense, Madrid, A Coruña, Padova y Santiago de Compostela. Estudié Ciencias Políticas y Derecho (no milité nunca en Podemos). He colaborado en medios como la Cadena SER, Onda Cero o La Voz de Galicia. Como escritor, llevé un diario personal que publicaba semanalmente en mi cuenta de Instagram. En 2020 publiqué Seré feliz mañana, mi primer libro, una recopilación de esos diarios, con gran éxito de crítica y público (me estaba quedando una bio un poco descafeinada). Actualmente estoy escribiendo mi segundo libro e intento que parezca una novela».
Acaba de lanzar la newsletter Otro días donde seguirá compartiendo sus diarios.
Eso que hace Xacobe Pato
¿A qué hora suena el despertador (si es que suena)?
El otro día me desperté sobresaltado con el despertador de un iPhone pero resultó ser una escena de la última temporada de The White Lotus. Yo si puedo no lo uso. Me he acostumbrado a despertarme con la entrada de la luz del día por la ventana. Una costumbre no exenta de problemas viviendo en Santiago: en los meses fríos puedo pasar semanas enteras en estado de hibernación.
¿Qué es lo primero en lo que piensas?
Lo primero que hago cuando me despierto es darle los buenos días a alguien con quien me gustaría haberme despertado y lo primero en lo que pienso, después de larguísimos y trágicos minutos llenos de vacío, es en que tengo hambre (ante todo soy un mamífero).
¿Qué desayunas?
Desayuno todos los días un café con leche y tostadas con mermelada o tomate, según cómo tenga el día, y a menudo leyendo por encima El País (creo que ya estoy contando demasiado, qué vergüenza). También bebo cantidades indecentes de agua. Me paso el resto de la mañana yendo y viniendo del baño.
¿Cómo se desarrolla un día normal en tu vida?
Me encanta la rutina, pero no tengo una. También me gusta el Jeep Wrangler. No podemos tenerlo todo y es fundamental tolerar la frustración que eso conlleva.
¿En qué consiste tu trabajo?
Durante muchos años trabajé en una librería y tenía una rutina muy definida que me hacía muy feliz al principio y muy desgraciado al final. En un momento dado me pude permitir dejarlo todo (y lo que no dejé yo, me dejó a mí) y rompí a opositar. Ahora, que como si estuviera atrapado en un libro de Sara Mesa estoy a punto de adentrarme en el vertiginoso mundo de la Administración Pública, llevo un tiempo dedicado en exclusiva a escribir, leer y sus simpáticos derivados, que son rematadamente simpáticos y tremendamente derivados.
Si hay trabajo creativo en mayor o menor medida, ¿cómo lo organizas?
Lo organizo a golpes, con una agenda, escribiendo sobre todo las tareas que ya he realizado solo por el placer de tacharlas, pero sin manías. Siempre que no se considere una manía el hecho de pedir un deseo a las 11:11 para compensar que mis abuelas ya no rezan por mí (he notado un bajón en mi buena suerte que achaco a la falta de fe del resto de miembros de mi familia).
¿Cómo es tu espacio de trabajo?
Es un despacho pequeño, en mi casa, con techo de madera y vigas expuestas que le dan un toque rústico y cálido. La pared que da a la calle es de piedra y el resto están pintadas con un tono melocotón que no termina de convencerme pero que genera un rarísimo ambiente de serenidad veraniega y cítrica. Enfrente del escritorio, tengo un mapa mundial medio vintage que ya estaba cuando llegué y con el que me entretengo repasando las capitales de los países de África y Asia (algún día me valdrá un quesito azul).
Mi escritorio es blanco con una superficie de madera clara. Encima suele estar mi viejo Mac, con el que escribo desde hace casi diez años, y algunas de mis libretas, en las que escribo desde que aprendí a escribir. También tengo otras cosas: un posavasos para el agua (estoy hidratadísimo), una lámpara blanca, algunas fotografías, varios lapiceros y otros utensilios de oficina. Al lado, tengo una estantería blanca con cajas y cestas llenas de recuerdos, documentos, facturas, contratos, leyes, apuntes administrativos y gafas de sol. Encima de esa estantería tengo a mano los libros recién leídos, los que quiero leer próximamente y también los que me van llegando de editoriales y autores y todavía no se han ganado un hueco en las estanterías, que están detrás, como guardándome las espaldas. También tengo una silla ergonómica negra con ruedas y el suelo cubierto por una alfombra de yute. Hay una ventana con contras de madera que deja entrar la luz natural con la que normalmente puedo trabajar hasta bien entrada la tarde.
Como vivo en una casita, casi una cabaña, los días de sol abro la ventana y salgo a la calle a tomar el aperitivo; uso el escritorio como barra y el alféizar a modo de taburete, para pasmo de los peregrinos que remontan la calle.
Cómo, cuándo y dónde cenas.
Ceno más de lo que debería, normalmente en casa, viendo el telediario. Si me preparo algo más o menos elaborado me gusta abrir una botella de vino e ir picando un poco de queso y ese momento no lo cambio por nada (probablemente dentro de unos años me arrepienta). De jueves a sábado suelo cenar por ahí, con mis amigos, muy a menudo en el Tixola, una vinoteca de Santiago.
¿Qué haces antes de dormir?
Antes de dormir suelo ver series que ya he visto y de las que no necesito seguir el hilo: Los Soprano, Narcos, Fariña, Friends, Modern Family, Curb Your Enthusiasm, The Office.
Últimamente he leído: La mala costumbre, El español que enamoró al mundo, Perder el juicio, Todo final es un comienzo, El talento de Mr. Ripley, Mi planta de naranja lima, O último barco. Y acabo de empezar Dos mujeres en Praga, de mi héroe Millás.
Últimamente he visto: Tardes de soledad, Ainda estou aqui, A Complete Unknown, Otra ronda, La caza, Flow, La guitarra flamenca de Yerai Cortés y Parthenope. La película que más me ha gustado en los últimos meses: Bird, de Andrea Arnold.
¿A qué hora cierras los ojos?
No estoy muy seguro pero diría que entre las once y media y las doce.
¿Qué elementos de tu casa hacen que te sientas como en casa?
Un mantel que me regaló mi madre por Navidad, una planta que lleva conmigo varias vidas y mil mudanzas, los rayos de sol que entran por la ventana de mi habitación, mis libretas, mis cartas, las fotos de mi sobrina que hace mi padre y las que me hago yo en fotomatones desde hace unos meses, el dibujo de una urraca, los libros por todas partes, las velas que compro o me regalan, un plumero con un palo extensible de dos metros con ochenta centímetros.
Si ahora mismo echas un vistazo a la galería de fotos de tu móvil, ¿qué tipo de fotos se repiten más?
Fotos de mi ahijada y de mi sobrina, selfies en espejos y escaparates, fotos del buen tiempo en Galicia con el firme objetivo de publicarlas algún día bajo el terrorífico rótulo de “GALIFORNIA”, capturas de pantalla de libros que quiero leer, capturas de pantalla de gente en instagram que probablemente he enviado y comentado con malicia.
¿Tienes búsquedas recurrentes en Google? Si son confesables, ¿cuáles son?
Las últimas, sin trampa ni cartón (con alguna trampa): noe olbés, bodega martirio, barrio madrid san blas, alana portero, erich fromm, eva illouz, pampin bar, gaio, rodrigo iglesias, julio iglesias miranda, mansión julio iglesias, giannina facio, vaitiare, francisco umbral julio iglesias, paco umbral lola flores, juan diego botto, los aitas, deportivo castellón, clasificación segunda, dan humphrey bolsa de viaje…
Si pudieras elegir, ¿qué eliminarías de tu rutina o qué te gustaría hacer menos? ¿Qué añadirías o qué te gustaría hacer más?
Eliminaría la parte compulsiva del uso del teléfono móvil. Me gustaría retomar mis diarios, aprender a cocinar más cosas y mejor y en general dedicar más tiempo a la gente a la que quiero y a las cosas que me gustan, aunque no puedo quejarme.
Si pienso en mi más o menos así fue cómo pasó todo, veo que lo que hago ahora empezó con un SMS que me envió la Complutense en diciembre de 2010 comunicándome que tenía una entrevista de trabajo en un grupo editorial.
Hace unos días fui a hablar con Helena Farré sobre esta newsletter y libros (muchos libros):
Muchísimos want to read ha generado ese podcast
Quiero hacerme escritora así, sin darme cuenta.