Escribir es ignorar e incluso rechazar al mundo
Aquí viene mi primera víctima para hablar de escritura, de no escritura, agendas tuneadas y ser amiga a deshoras.
«España es donante de órganos». «España duerme poco». Me encantan ese tipo de titulares en prensa que nos unen a todos con el pegamento de la tortilla de papas y por fin puedo emitir el mío propio: «España: nos han copiado». Vogue lo ha llamado 5 to 9 porque Eso que haces estaba cogido. Jemima Kirke es exactamente el tipo de persona que parece ser: alguien que en un mismo día acude a un desfile de moda, limpia el moho de un cuadro, regala un gatito a una amiga que se está recuperando de una operación y corona la noche con una cita.
Me he enterado de este plagio que Anna Wintour ha llevado a cabo gracias a nuestra invitada de hoy —a partir de ahora utilizaremos persona invitada como eufemismo de persona coaccionada—: Marta Jiménez Serrano. La conocerán porque ha sido de los nombres más repetidos en las sugerencias de participantes y esto es como noblesse oblige pero con fans oblige. Aquí estamos para servirles.
Marta es escritora y ha publicado La edad ligera, Los nombres propios y No todo el mundo. También imparte clases de escritura creativa, publica artículos en prensa y sale en la tele con Berto Romero.

Marta dice que escribir es ignorar e incluso rechazar al mundo, pero nuestra relación laboral se resume en que ella escribe libros y, cuando están publicados, le propongo todo lo que se me pasa por la cabeza y ella me dice que sí. Las negativas para los demás.
¿A qué hora suena el despertador (si es que suena)?
Tengo puesto el despertador a las 8h, 8h5 y 8h10.
¿Qué es lo primero que haces nada más abrir los ojos?
Hay días que paro el despertador a la primera, me estiro un poco metida en la cama y me levanto. Otros días tienen que sonar las tres para que me despierte. Otros días me basta con la primera para despertarme, pero remoloneo hasta la tercera.
¿Qué es lo que haces cuando ya te has levantado?
Cojo el móvil, salgo de la habitación y me voy directamente al baño. Hago pis y me lavo la cara ante los ansiosos maullidos de Canapé. También me pongo ya ropa de deporte. Luego me voy a la cocina, le pongo su sobre de comida húmeda a Canapé y me hago un café con leche. Miro por la ventana de la cocina a los niños que llegan al colegio de mi calle. Mientras Canapé vacía su cuenco yo me siento con el café en una silla al lado de la ventana y leo a Proust miro Instagram. Después me lavo los dientes y a) bajo a pilates b) hago ejercicio en una esterilla en el salón. Ducha rápida y estoy.

¿A qué hora te pones a trabajar y qué es lo primero que haces?
Sobre las 10h estoy delante del ordenador. Pongamos que es un día en que no tengo nada, un día como hoy: no tengo viaje, no tengo entrevistas, no presento un libro (ajeno o propio), no me han pedido que grabe un vídeo de 1min para promocionar no sé qué, no tengo un club de lectura, no tengo que hacerme unas fotos, no tengo que escribir un artículo para nadie, ni que entrar a la radio vía telefónica. Increíble pero cierto: estoy escribiendo una novela y no tengo nada.
Tengo una agenda de papel (para los interesados: es un cuaderno MD tuneado por mí misma, porque soy esa persona insoportable que considera que ninguna de las miles de agendas disponibles en el mercado es perfecta) y en ella me hago una listita cada día de lo que tengo que hacer. Cuando voy a escribir la hago igual, y procedo a ignorarla. Pero si lo anoto sé que puedo olvidarlo hasta mañana, y mañana seguirá ahí. A continuación, hago un barrido a los emails y compruebo que ninguno dice “si no respondes hoy, no volverás a publicar un libro nunca”; entonces, procedo a ignorar los emails. Cierro la puerta de mi despacho (¡tengo un despacho en mi casa!) e ignoro que hay cosas al otro lado (normalmente: un marido y un gato; normalmente el marido aún está dormido, así que es fácil ignorarlo). También ignoro la montaña de ropa acumulada en la silla, y los papeles amontonados en el escritorio, y las cosas que nadie sabe por qué están ahí. Ahora mismo: un clip desenrollado para poder sacar una tarjeta sim hace unos días, una horquilla, un botón, una cuerdecita, tres cuadernos, la agenda, un papel con cosas anotadas, un clínex a medio usar, dos posavasos, bolis por ahí (además de en los botes), un rollo de esparadrapo, dos estuches, un libro que tendré que presentar próximamente, otro cuaderno, otro boli, un cable que no sé de qué es. Sería bonito despejar el escritorio, doblar la ropa amontonada en la silla, vaciar la bandeja de entrada y tachar alguna de las tareas de la lista de la agenda. Pero, eh, si hago todo eso, no escribo. Escribir es la antítesis de la logística. Escribir es ignorarlo todo. Escribir es estar en otro sitio (en el texto), y ahí no hay emails, ni ropa, ni desorden. Lo ignoro todo y entro en la carpeta de mi novela en proceso, y abro el documento de Word en el que estoy trabajando, y releo lo que tengo y me lo quedo mirando un rato, y me reclino, y pienso cómo seguir, y resoplo, y releo el principio del todo, y vuelvo abajo, y escribo una frase y la borro y entro a Instagram y huy, qué bonita gabardina, ¿no? Ya muy pronto va a hacer tiempo de gabardina, ¿verdad? Entonces recuerdo que en mi texto no hay gabardinas, ni tiendas online, ni Instagram. Una tristeza.
Vuelvo al archivo de Word, lo miro. Me levanto y me pelo un melocotón, me lo como, vuelvo al archivo de Word, lo miro. ¿Cómo era la escena que escribí que no funcionaba pero tenía una frase que sí? La busco, la abro. Ya. Pero seguir por ahí, no. Abro el archivo principal, lo miro. ¿Se ha despertado Juan? Otro café. Vuelvo. Me siento. Me levanto y me pongo frente a la pared: en ella tengo pegadas, en fichas, las escenas de la novela (algunas) en su posible orden (para eso era el esparadrapo). Miro las escenas (bien) y miro los huecos (mal). Escribir es ignorarlo todo y mirar un archivo de Word o mirar una pared o pelar un melocotón con la mirada perdida. Vuelvo al escritorio. Miro el reloj en la esquina superior derecha del ordenador. Menos mal que ya van a ser las dos. Entro a Twitter, al periódico, a Instagram. Miro el Word. Lo dejo abierto en el ordenador, con su cursor parpadeante amenazando al vacío. Me asomo al despacho de Juan, ¿comemos ya?
Cómo, cuándo y dónde comes. ¿Qué haces después de comer?
Como sobre las 14h30, a veces en casa con Juan, a veces en casa sola, a veces un menú del día con algún amigo. Soy esa amiga a la que le viene mal quedar a las 20h, porque seguramente estará impartiendo clase, pero siempre puede quedar a comer. Si es en casa, cocino sobre la marcha, y si no está Juan, seguramente coma algo insultantemente rápido y fácil (ensalada, huevos revueltos con atún, cosas peores).
Después de comer, si estoy muy cansada me duermo 20 minutos (no más, porque si no me convierto en un monstruo), y a veces hago recaditos en ese rato para superar la modorra (ir a la ferretería, a la frutería, tender una lavadora). En algún momento (si he dormido, justo al despertar) me hago un café y me vuelvo a sentar al ordenador y hago tareas más programáticas: facturas, responder mails (escribo muchos noes porque insisto: escribir es ignorar e incluso rechazar al mundo), organizar la agenda, entrar finalmente en la web de la gabardina, mirarla, mirar el precio, sopesar, salir, responder a los emails a los que ya me han respondido, pasarme al sofá y leer un rato y ah, espera, un momento, igual la escena puede continuar así, me levanto, abro Word, al fin escribo. Si tengo clase, por la tarde leo a los alumnos.
Al final del día casi siempre hay algo que me lleva a salir a la calle: el taller de escritura que imparto, la presentación de algún libro. Si no lo hay, me lo invento, o me pongo ropa cómoda y me tiro a leer en el sofá. Pero casi siempre lo hay.
¿Cómo se desarrolla tu noche?
Normalmente ceno en casa a eso de las 22h. Es tarde, pero mis talleres terminan a las 21h30. A veces los alumnos me lían y nos tomamos un vino y picamos algo por ahí. A veces después de alguna presentación me lían y nos tomamos un vino y picamos algo por ahí.
Después de cenar me lavo la cara y los dientes, a veces vemos una serie (ahora mismo, A dos metros bajo tierra), si no hay serie, leo, ya metida en la cama. Luego entro a ver qué ha sido de la vida de María Pombo en el día de hoy, información sin la cual no podría conciliar el sueño. Una vez he comprobado que María (y alguna otra amiga suya) sigue viva, activo la alarma en el móvil, apago la luz y me duermo, más o menos sobre las doce. A veces, antes de dormirme, echo una partida de Rummikub online desde la aplicación del móvil.
Si ahora mismo echas un vistazo a la galería de fotos de tu móvil, ¿qué tipo de fotos se repiten más?
Veo fotos variadas, pantallazos, selfies, fotos de mi gato y de amigos y del mar, PERO hay algo que se repite: hago cada foto por lo menos 7 veces. ¿Angustia? ¿Inseguridad? ¿Habrá salido bien? Debería hacer limpieza pero, eh, si me pongo a limpiar las fotos del móvil no escribo (¿sigue colando esto?).
¿Tienes búsquedas recurrentes en Google? Si son confesables, ¿cuáles son?
Casi todos los días entro a mirar el tiempo, a veces el hora a hora y a veces en otra ciudad a la que viajaré hoy/mañana/próximamente. También busco un montón de cosas no confesables, pero creo que ninguna es especialmente recurrente.
Si pudieras elegir, ¿qué eliminarías de tu rutina? ¿Qué añadirías?
No sabía qué contestar y le he hecho a Juan esta pregunta, a lo que él ha respondido: Nada, ¿no? Lo que eliminaría, lo elimino; y lo que añadiría, lo añado.
Nada que objetar.
Ahora necesito complementar esta información con la rutina de Juan.
¿Podéis molar más? Ya os respondo yo. No.