La imagen es esta: una mujer peina a una gata
May Sarton, cotidianidades cruzadas, priorizar la escritura, limpiar libros, «vivir es odiar siempre un poquito» y todo eso que hace Júlia Peró
Un extracto:
«Estos días son maravillosos. Empiezan en el momento en que mi querida Anna Close me trae la bandeja del desayuno; aunque bueno, la verdad es que empiezan con el amanecer. A veces el campo aparece cubierto de escarcha y destellos mientras el sol asciende entre los árboles. Desde la cama contemplo cómo la luz cambia del gris al azul y el sol rojo sube hacia lo alto del cielo. Las heladas han traído cambios en los árboles, y ahora todo está rojo y dorado al final del prado. En estos días no tengo ningunas ganas de morir. Estoy ávida de vida».
Lo que somos ahora, de May Sarton
Un tuit:
Una persona:
Júlia Peró (Barcelona, 1995) es escritora y dirige el club de lectura online Libros crujientes, que cuenta con cinco grupos de lectura. Es autora de la novela Olor a hormiga (Reservoir Books, 2024), que recibió el premio Nollegiu 2024, está nominada a los Premios Openbank de Literatura by Vanity Fair en la categoría de Mejor autora revelación y fue seleccionada como una de las mejores novelas del año por Librotea, Esquire, Cadena Ser o La Sexta. También ha participado en distintas antologías poéticas y es autora del libro de poemas Anatomía de una bañera (Planeta, 2020) y del libro de conversaciones Este mensaje fue eliminado (Planeta, 2021). Actualmente trabaja en su segundo libro de poesía y su segunda novela.
Eso que hace Júlia Peró
¿A qué hora suena el despertador (si es que suena)?
Me gusta despertarme cuando el sol lo hace, busco nuestro encuentro constantemente. Hay algo que siento y que no sé explicar cuando la casa empieza a aclararse, a mostrar sus sillas, sus cómodas, su encimera, su sofá. Ese inicio del inicio, esa vuelta a empezar que no ha empezado aún me aporta una pequeña y extraña felicidad, y yo quiero estar allí para verlo. Esta sensación no me hace especial, pero sí madrugadora. Mi despertador suena en horas distintas dependiendo de si es verano o invierno. Ahora, desde mi casa, el sol se levanta a las siete y media, así que eso intento yo también. Es una costumbre que rara vez varía los fines de semana, no porque busque un sábado y domingo productivos sino porque 1. Tengo el enorme privilegio de poder no discernir entre un sábado y un lunes y 2. Tengo el enorme privilegio de vivir acompañada de mi gata Brocha, que es igual de madrugadora que yo (o más) y que en cuanto se levanta quiere que todo su alrededor empiece a entretenerla como si de una obra de teatro se tratara. ¿Soy una marioneta en su espectáculo? Puede ser. ¿Me gusta serlo? Con seguridad, sí.
Mi primer pensamiento al despertarme, más que un pensamiento, es un convencimiento. Que me guste madrugar no significa que no me cueste, así que cuando sucede me esfuerzo en imaginarme sentada en la terraza (si es verano) o al lado de un radiador (si es invierno) leyendo. Es una de las primeras cosas que hago cuando me levanto, incluso antes que desayunar.
Lo del desayuno, de hecho, también va por épocas. Hace unos meses me preparaba mi té negro con leche de avena junto a unas tostadas con tomate (no en rodajas, sino restregado en el pan, como buena catalana), aguacate, aceite y una cantidad ingente de levadura nutricional (algo con lo que estoy obsesionada desde hace años). Pero actualmente no siento tanto hambre a primera hora de la mañana, así que suelo mantener el té y sentarme directamente a leer.
¿Cómo se desarrolla un día normal en tu vida?
No siempre paso los días en casa (suele haber eventos o reuniones, tanto sociales como laborales, que me impiden hacerlo) pero sí son estos los más significativos o interesantes para mí. Después de levantarme, apago la alarma del móvil (que siempre dejo en otra habitación para obligarme a salir de la cama) y lo primero que hago antes de leer, antes de desayunar, antes incluso de mear, es peinar a Brocha. La imagen es esta: una mujer despeinada peinando a una gata casi a tientas, ambas con la vejiga llena y con sed, mientras la casa que comparten empieza a mostrar sus dotes. Esta escena puede durar un minuto o diez, adivinad quién de las dos decide el tiempo. Es algo que disfrutamos ambas, y esto lo sé porque después de hacerlo las dos nos dirigimos al baño a miccionar, cada una en su respectivo lugar, y luego procedemos a hidratarnos. En el hecho de priorizar el acto de peinar o ser peinada por encima de nuestras necesidades más animales intuyo cierta ilusión compartida.
Acto seguido, la escena que me prometí al levantarme: té negro con leche de avena y libro. A parte de escritora, soy lectora por oficio, gestiono grupos de lectura en mi club Libros crujientes, preparo guías de lectura tanto para mi club como para editoriales y genero contenido literario en redes. Ocupo mucho de mi tiempo leyendo, y esas primeras horas de la mañana las dedico a esto (ahora, concretamente, a Un incendio invisible de Sara Mesa). No sé a qué hora pero sí cuando termino las páginas que me había propuesto leer, dejo a un lado los libros e intento hacer un poco de ejercicio. Hoy me ha tocado pierna y saltar a la comba. Algo que disfrutaba tanto de pequeña y que hacía de forma casi natural, ahora es para mí una imposición. Eres pequeña y odias que tu madre o padre te obliguen a hacer cosas que no te gustan. Eres adulta y te odias porque ahora eres tú misma la que te obliga a hacer cosas que no te gustan. Supongo entonces que vivir es odiar siempre un poquito. Cuando acaba el peor momento del día, me ducho feliz porque se acerca otro de mis favoritos: escribir.
Es difícil, pero siempre intento darle prioridad a mi escritura por encima de mis otros trabajos. Decidí, hace ya un tiempo, que las mañanas las dedicaría a escribir y las tardes, cuando ya estoy más cansada y menos atenta, a todo lo demás. Así que en este momento escribo, escribo, escribo. En silencio, sin música que me distraiga (lo máximo que puedo ofrecerle a los oídos en ese momento es ASMR). Aunque lo parezca, escribir no representa solamente el acto de tipear. Escribir también es pensar en lo que una va a escribir, convivir con los personajes dentro de la cabeza, dejar que los escenarios se vayan construyendo silenciosamente, sin el sonido de las teclas. A veces, cuando digo que estoy escribiendo, quizá me encuentras con la cabeza apoyada en las manos o paseando fuera del estudio. Y ahora que lo menciono, sí, tengo una habitación a la que llamo estudio y en la que tengo un escritorio, aunque esta también hace de vestidor, de gimnasio y de dormitorio cuando vienen invitadas. Otra labor que hago mientras escribo-no-escribo es la de limpiar libros. Cuando leo, suelo subrayar lo que me gusta o lo que me inspira y suelo anotar en los espacios vacíos de texto más texto en forma de ideas futuras. Estos libros sucios los acumulo en una estantería concreta para ello y cada día recupero uno y, mientras escribo, paso a limpio dichas anotaciones. Leer, al final, también es escribir.
No lo he mencionado, pero, por supuesto, Brocha tiene una cama encima de ese escritorio y la usa cuando yo estoy allí para hacer la primera siesta del día. A media mañana se levanta, estira el lomo y se planta delante del ordenador para seducirme. Me ruega mimos, se contonea, me huele el aliento a té. Entonces me veo obligada a dejar de escribir para dedicar unos minutos a darle pequeños besos (comúnmente llamado besitos) en la coronilla. Brocha me ayuda a parar, a descansar, ella marca realmente mis tiempos y yo le estaré siempre agradecida por ello.
¿Qué más? Luego como. Pero antes cocino. Brocha me ayuda (me supervisa) encima de la mesa de la cocina. Mientras cocino, suelen llamar al timbre y suelo recibir alguna que otra novedad literaria, algo que cada vez pasa más a menudo y que me va robando espacio en casa. Cuando me siento a comer, Brocha se sienta a comer también (en el suelo, no estoy tan loca) y luego recogemos y todos los etcéteras cotidianos. Si tenemos tiempo, e intentamos tenerlo, luego salimos a pasear por la montaña con mi amante, a quien no he mencionado hasta ahora pero que también me acompaña en mis rutinas. Tengo el privilegio o el atrevimiento de haberme mudado a un pueblo, de estar viviendo a pie de hierba, de árbol, de gorrión.
Al volver, es momento de trabajar en las guías de lectura, en los talleres, en los eventos o en las charlas próximas. Es algo que también considero escribir pero que ya no disfruto tanto. Aunque siempre digo que si leer es como comer, hablar sobre los libros que has leído es como recoger la mesa. No es tan gozoso pero es algo que está bien hacer. Por la tarde también es momento de gestionar cosas con editoriales, marcas u otras escritoras, de responder una innecesaria infinidad de mails, de grabar vídeos, de crear contenido para mi club de lectura o para redes, de, de, de.
Cómo, cuándo y dónde cenas.
Hay varios momentos del día en que la rutina de mi gata y la mía coinciden, y este es uno más. Hacia las siete de la tarde Brocha me amenaza con su arma más letal: el maullido. Quiere jugar y yo, en la medida que puedo, juego. Ella elige cuándo se cansa, cuándo se deja despistar por un pájaro o cuándo el hambre puede llamar su atención. Es entonces cuando empiezo a preparar la cena o a cenar directamente porque ya la encuentro preparada. Suelo cenar con mi amante y mi gata en la cocina, viendo una serie, un programa, un lo que sea. Luego recogemos (o reseñamos la comida) y mi amante se lleva a Brocha de paseo nocturno. Sí, es una gata que tiene un collar con gps y que pasea por las noches. No, no es como un perro. Es como un gato si dejáramos hacer a los gatos lo que verdaderamente les apetece hacer.
¿Qué haces antes de dormir?
Pijama, dientes, cara lavada, libro de poesía (por la mañana suelo leer narrativa y por la noche poesía o ensayo) y cama. Si veo una peli en este momento del día, mi día acaba (mis ojos se cierran), así que suelo preferir leer. Ahora estoy con unos fragmentos de Safo, pero hace un par de días con una antología de mujeres poetas de la generación beat.
¿A qué hora cierras los ojos?
Depende de cuánto me esté gustando lo que estoy leyendo. Pero intento no irme a dormir pasadas las doce.
Qué elementos de tu casa hacen que te sientas como en casa.
Los libros, la nevera llena, las luces cálidas e indirectas, los seres vivos que viven en ella.
Si ahora mismo echas un vistazo a la galería de fotos de tu móvil, ¿qué tipo de fotos se repiten más?
Libros, libros, Brocha, libros, Brocha, Brocha, Brocha, libros.
¿Tienes búsquedas recurrentes en Google? Si son confesables, ¿cuáles son?
Suelo buscar diariamente sinónimos de palabras manidas o palabras concretas que resuman una definición, suelo entrar mucho a Goodreads, más como una manía que como ocio, entro sin pensarlo mucho, muchas más veces que a Instagram.
Si pudieras elegir, ¿qué eliminarías de tu rutina? ¿Qué añadirías?
No lo he mencionado, pero desde el momento en que apago la alarma del móvil, intento alejarlo lo máximo posible de la habitación en la que yo esté. Tengo todas las notificaciones silenciadas menos las llamadas para evitar distracciones. Aun así, me gustaría llevar a cabo este distanciamiento con más firmeza. Atreverme a apagarlo durante todo el día, qué osadía.