Tomás González y la vida que merecemos
No tener despertador, hacer jardín y navegar en la casabote
Dame una escena literaria en la que una casa se limpia y se acondiciona y tendrás mi fidelidad lectora hasta el final de las páginas:
«Durante los primeros días, Elena llevó una actividad casi frenética. Siendo una persona a quien la manía de la limpieza, así como el orgullo por la limpieza, le venía de generaciones, el estado desordenado y polvoriento en que encontró la casa en cierto modo la había complacido. El día siguiente a su llegada, después de barrer el cuarto donde iban a dormir, después de acomodar la ropa de ambos en una estantería previamente lavada con estropajo y detergente, se dedicó a limpiar los baños. Mientras la mujer de Gilberto, apoyada en el marco de la puerta, cargaba al niño —que parecía no querer jamás soltarse de sus pezones— y la miraba, Elena arrojaba desde los sanitarios anjeos podridos, tarros carcomidos por el óxido y pedazos de manguera. Al parecer, estaban usando los sanitarios como depósito de cuanta cosa potencialmente útil o inútil podía encontrarse en las doscientas hectáreas de la finca.
Las cosas que Elena arrojaba caían a los pies de la mujer de Gilberto, quien, sin dejar de apoyar el hombro contra el marco de la puerta, movía los escombros con el pie, para examinarlos. Entonces miraba a la otra con somnolienta curiosidad.
—¡Qué cantidad de mierda! —dijo Elena con rabia. Finalmente, los baños quedaron limpios. En la caseta donde estaba la letrina había ahora un rollo de papel higiénico colgado de un alambre a la pared; los techos estaban libres de telarañas y el piso barrido. En la ducha había jabón de baño y dos toallas colgadas en el interior de la puerta; en el lavamanos del corredor, jabón y toalla».
Primero estaba el mar de Tomás González. Sexto Piso
Esta pregunta la hice una vez: ¿Alguna vez han estado tomando una caña con tropecientos escritores y editores hablando todos ellos de un escritor colombiano vivo que resulta ser de los favoritos de toda esa gente pero que tú no conocías ni habías oído nombrar y así sigues los doce meses siguientes cuando otras tropecientas personas se alegran de que se vaya a publicar de nuevo en España («es mi debilidad», «la mayor injusticia de la literatura actual») y cuando te toca buscar citas de prensa encuentras no menos de cien incluyendo premios Nobel diciendo que también es de sus escritores favoritos y te sientes como en El show de Truman?
Me pasó con Tomás González. Salí de mi ignorancia tomásgonzálica con La luz difícil.
Tomás cuenta que le llevó quince años escoger carrera porque terminó bachillerato a los 18 y no publicó su primer libro hasta cumplir los 33. Cuando se estrenó con Primero estaba el mar, donde cuenta la historia de su hermano mayor, estaba trabajando en una discoteca bogotana de salsa llamada El Goce Pagano. Si trabajando en un sitio con un nombre así no te haces escritor es porque no quieres. Después llegaron otra decena de novelas, cuentos y poemas. Vivió en Miami y en Nueva York y regresó a Colombia en 2002 para quedarse hasta hoy. Lo cuenta así: «Nueva York deja a la gente ser como es. Y es tranquila a su manera, a pesar de la imagen de peligro que se ha creado sobre ella. “I feel safe in New York City”, dicen los de ACDC. Siempre me sentí bien allá. Cuando decidimos regresar a Colombia, por la enfermedad de Dora [su mujer], preferí llegar al campo y no a Bogotá, que es bonita y muy interesante, pero puede ser realmente peligrosa y en todo caso tremendamente incómoda. Llegar al campo fue ganancia: llegar a Bogotá habría sido pérdida».
Tomás vive tranquilo aunque insomne en su casa de Antioquía escribiendo, pescando y arreglando el jardín. Si se hubiese dejado engañar con que también se puede pescar en El Retiro, le habría hecho todas estas preguntas y alguna más en un posible trayecto de taxi, durante un café debidamente juzgado por la mirada colombiana o en una cena.
¿A qué hora suena el despertador?
Hace por lo menos 30 años que no tengo despertador.
¿Qué es lo primero en lo que piensas?
Me despierto muchas veces durante la noche. Sufro de insomnio crónico. En cada despertar pienso cosas casi siempre distintas. «¡Qué HP noche tan larga!» se repite con frecuencia.
¿Qué desayunas?
No tengo plato ni hora fijos. Estoy jubilado. En los horarios de los insomnes jubilados no hay nada fijo. Es una maravilla.
¿Cómo es una jornada de escritura en un día normal?
Durante muchos años mantuve un horario de escritura muy estricto. Empezó cuando tenía unos treinta y tres años y decidí dedicarme de lleno a escribir, y terminó hace poco. Ahora son apenas dos a seis horas de escritura intercaladas con pesca y trabajo de jardín.
¿Cómo, cuándo y dónde cenas?
Ceno a eso de las siete de la noche. Muchas veces huevos, arepa de maíz, queso fresco y café o gaseosa. Es lo mismo que en Colombia la gente toma al desayuno, menos la gaseosa. No menciono la marca de mi gaseosa preferida, para no hacerle propaganda, porque me cae mal la empresa que la produce, una transnacional que deja sin agua a las comunidades donde se asienta.
O mejor sí la menciono: Coca-Cola. Le hice un boicot personal que duró como dos años y decidí terminar. Coca-Cola no estaba quebrando y yo me estaba quedando sin mi gaseosa de la cena.
¿Alguna manía antes de dormir?
Leo un poco en la cama o miro series. Claro que eso no es manía. No, ninguna manía.
¿A qué hora cierras los ojos?
Cierro los ojos para dormir a muchas horas y me despierto también a muchas horas.
Si pudieras elegir, ¿qué eliminarías de tus días? ¿Qué añadirías?
Haría que las noches fueran más cortas y los días más largos.
A la pregunta de cómo se ve en diez años, responde: «Si sigo vivo y saludable a los 84 seguramente estaré escribiendo, haciendo jardín y tal vez navegando en la casabote. Lo mismo que hago ahora, pero mucho más despacio».
Rescato este pequeño fragmento de La luz difícil, que me pareció fantástico:
"Entonces un grillo comenzó a cantar bellísimo, como si fuera la presencia de la Presencia. (...) Y mi gran soledad se llenó de pronto con el universo entero" Es una obra maravillosa.
No sabía que necesitara tanto este newsletter en mi vida. Siempre he estado fascinada con el concepto de rutina, sobre todo esas llenas de rituales personales. Y este espacio tan especial, tan colombiano con Tomás González. Me encantó. ¡Gracias!